Joaquina en tiempo de pandemia

JOAQUINA EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Desde hace dos meses vivimos una situación abrumadora que jamás hubiéramos podido imaginar. Ni siquiera pudimos intuir las dimensiones de esta catástrofe cuando nos despedimos el martes 10 de marzo en lo que se creía iba a ser “dos semanas de cierre para prevenir”. No ha sido así. Con el estilo y el compromiso que nos caracteriza, hemos afrontado la situación adaptándonos a las circunstancias, esforzándonos en continuar nuestra misión de acompañar y educar sin dejarnos fuera a nadie, aprendiendo a marchas forzadas nuevas maneras de desempeñar nuestra tarea trabajando más horas que si estuviéramos en el colegio. Pero, además, hemos convivido con el dolor, hemos padecido la enfermedad, hemos sufrido la muerte de personas cercanas y queridas...Y ahora vivimos la incertidumbre y la inquietud de no saber qué futuro nos espera.


Es esta una situación absolutamente inédita; en nuestra memoria y en la historia reciente no encontramos nada parecido a lo que sucede ahora.


Sin embargo, ante la fiesta ya próxima de nuestra madre Joaquina, hemos ahondado en nuestras raíces buscando en ellas situaciones o experiencias que puedan acercarse a lo que ahora vivimos. No ha sido difícil de encontrar. Joaquina de Vedruna padeció una enfermedad infecciosa en la pandemia más mortífera en la España del siglo XIX: el cólera, quizás el “coronavirus” de su tiempo.


Era el año 1854. Europa entera sufría la epidemia colérica. En el mes de julio alcanzó Barcelona. Joaquina estaba en aquel tiempo en la Casa de Caridad, a donde se había retirado, enferma, dos años antes. La Casa de Caridad era un lugar donde estaba concentrado una especie de “cuarto mundo” de aquel tiempo. Pobres, enfermos, ancianos, vagabundos, niños abandonados, enfermos psíquicos...tanto hombres como mujeres...unas 1.600 personas acogidas. Podemos imaginar aquel lugar, del mismo modo que en la memoria y en el corazón llevamos las imágenes de los lugares que en estas semanas han contenido a cientos de personas en situación de tanta fragilidad, ocupando pasillos de hospitales, residencias de mayores, hoteles medicalizados, el espacio de IFEMA, etc. ​

L​as primeras Hermanas se habían hecho cargo de este proyecto en el año 1829, queriendo abrazar las necesidades de educación, salud, recuperación física, social, etc. Allí trabajaron sin descanso, allí entregaron la vida para que otros/as vivieran. En estos días hemos sido testigos de algo parecido. Nos han sobrecogido los rostros de enfermeras y médicos, de personas voluntarias y celadores… ejército de ternura queriendo aplacar el dolor y la muerte, a veces sin conseguirlo...


La densidad de la Casa de Caridad de Barcelona favorecía el contagio. En cuanto aparecía un caso se trasladaba al paciente a una enfermería provisional y si no respondía a los primeros cuidados se le llevaba al Hospital de coléricos. Fueron contagiados casi todos. Murieron 442 personas, entre ellas, Joaquina.


Son números, pero bien sabemos que hoy como ayer hay rostros, personas, vidas detrás…


¡Cuántos números hemos contemplado estos días, sin poder dar crédito…!


Joaquina era mayor y estaba enferma. Estos dos hechos explican un proceso tan fulminante. La infección se presentó de improviso y duró pocas horas. Era el día 28 de agosto. Tenía 71 años. Hacía 28 años que había fundado la Congregación.


Algunos testimonios nos relatan cómo sucedieron los hechos. Leamos la carta que aquel día escribía la M. Veneranda a la M. Paula Delpuig:


“Barcelona, 29 de agosto de 1854. Viva Jesús. —Querida y apreciada Hermana: Con el más profundo dolor de mi corazón, tengo el desconsuelo de participar a usted la muerte de nuestra reverenda Madre, q. e. p. d. Ayer a las tres de la madrugada le dio un ataque de apoplejía; a las seis y media, otro de cólera, y como no tuvo resistencia para los dos juntos, entregó su espíritu al Creador a un cuarto para las doce del día... Roguemos a Dios por ella y confiemos intercederá por nosotras en el cielo en compañía de nuestro Santo Fundador, el Padre Esteban… Mi sentimiento y la consternación y trastorno de las demás Hermanas ya puede usted figurarse cuál es. Pero, Hermana, Dios nuestro Señor me concedió ayer un espíritu muy particular, a pesar de hallarme seis días en cama enferma y muy débil y en manos de médicos, tuve espíritu para estarme siempre junto a ella, y no la dejé hasta haber expirado….Estamos en tiempo de tribulación y de prueba; hay muchas Hermanas enfermas. ​(Carta de Veneranda Font a M. Paula).






“Estamos en tiempo de tribulación y de prueba”, decía Veneranda en agosto de 1854. Lo mismo podemos afirmar nosotros en mayo de 2020. ¿Cómo podemos afrontar como familia este momento que nos toca vivir a la luz de lo que vivieron las primeras Hermanas en 1854?


Permaneciendo, como ellas, junto a aquellos que se nos han encomendado: el centro de nuestra tarea y nuestro desvelo: los niños/as. ¡Lo estamos haciendo! Preocupándonos por aquellos que tienen mayores dificultades para acceder a los medios que facilitan el aprendizaje; manteniendo el vínculo y la relación cercana y cotidiana; llamando a las familias e interesándonos por su situación; proporcionando alimentos a aquellas familias en condiciones de mayor vulnerabilidad.


Aprendiendo a cuidar y a ser cuidados​.Joaquina, que a tantos había cuidado durante su vida, (hijos/as, niñas y jóvenes, personas enfermas, Hermanas…), se ve también en situación de tremenda fragilidad y en la necesidad de ser cuidada por las Hermanas de la Casa de Caridad. Cuidar y dejarnos cuidar supone entrar en una dinámica de reciprocidad y avivar la consciencia de que necesitamos de los demás, de que lo que somos o lo que podemos es a menudo gracias a otras personas. El cuidado no se reduce al cuidado de la salud física, sino a una actitud más integral que tiene que ver con la preocupación y el desvelo por otros/as; una actitud que surge cuando la existencia de alguien tiene importancia para mí. Paso entonces a dedicarme a él; me dispongo a participar de su destino, de sus búsquedas, de sus sufrimientos, de sus éxitos, en definitiva, de su vida. Ahora que puedes experimentar la fragilidad y vulnerabilidad de la condición humana, ¿a quiénes estás cuidando en este tiempo? ¿Quiénes cuidan de ti?


Manteniendo y avivando la fe y la esperanza en Aquel que sostiene a todos los que caen y levanta a los que desfallecen ​(Sal 144). La confianza en Dios fue una de las constantes que atravesaron la vida de Joaquina. Ella, que supo lo que es la guerra, el exilio, la pérdida de seres queridos, dificultades económicas, proyectos fallidos, enfermedad, etc. sigue alentando este momento tan duro que estamos atravesando e invitándonos a la confianza. Este dolor y este sufrimiento no tienen la última palabra. ¡Abramos la mirada! ¡Confiemos!


“Yo estoy dispuesta a hacer lo que sea del agrado del Señor, y creo que Él me da buena salud para secundar su voluntad. Tenga mucha confianza: todo saldrá bien, aún mejor de lo que se puede pensar. En la medida que nos esforcemos por hacer el bien, el Señor nos dará su luz para acertar y los medios que sean necesario”. (Ep. 85)


“El Señor cuida de todo y todo sale admirablemente. Pidamos las tres virtudes: fe, esperanza y caridad, y Dios lo bendecirá.” ​(Ep 84)



Virginia Félix Rodríguez, ccv